Escritos que hoy quiero compartir
fx-si

Nota previa: "Elsa", a quien escribo, y su marido Carlos, son feligreses de la parroquia. Ella estudia Sociología en la Unison, y me pidió, en misa, una entrevista, para una tarea escolar. Me pareció más fácil escribirle, y de allí se originó este escrito, empezado el sábado después de la misa de la tarde y concluido el domingo, después de la de la mañana.

Lo comparto 'en familia'; pero mediante este otro 'blog', para no recargar el primero.


A TRES PREGUNTAS SOBRE LA SEXUALIDAD

Hermosillo, Son., 5 de febrero del 2005
Félix, sI


0. Me pediste, Elsa, te concediera una entrevista, guiada por tres preguntas sobre la sexualidad. Al manifestarte que me era más fácil responderlas por escrito, tú estuviste de acuerdo, y a ello se deben estos renglones que te entrego. Espero satisfagan suficientemente a tu demanda.

Transcribo tus preguntas: ¿qué es para usted la sexualidad?; ¿qué trascendencia tiene en la vida del ser humano?, y, ¿cúal es el pensamiento de la Iglesia Católica al respecto?; y procedo:


1. Lo que para mí significa la sexualidad:

1.1.1. Modifico un poco la verbalización de tu pregunta, porque la vida me va enseñando a no dictaminar lo que las cosas son, sino a manifestar sencillamente lo que para mí significan. Es decir, cómo las percibo, las entiendo, me las represento. Y mucho más cuando se trata de misterios.

Porque para mí, antes que nada, la sexualidad es un misterio: algo que se me revela nuevo día con día y de lo que soy consciente de no tener una comprensión adecuada. Algo, por tanto, de lo que sólo puedo hablar con respeto y como por aproximaciones, sin pretender formulaciones exactas –como las de las matemáticas–, y contentándome con expresiones que tendrán siempre mucho de meras comparaciones o metáforas. Lo mismo me pasa cuantas veces quiero decir algo de Dios, del hombre y, desde luego, de mí mismo.

Y aclaro algo de lo que quiero expresar al decir que es un misterio. Un misterio siempre se nos da y nos está siempre presente. No, sin embargo, con la presencia empírica de lo contable y medible que en alguna forma nos resulta dominable por las ciencias y las técnicas, sino con la experiencial que nos supera y nos domina, semejante a la experiencia de la inspiración artística o del goce estético, y comparable tal vez a la experimentada ante el cielo nocturno o ante el mar, o aun a la del sabor de una naranja o el aroma de un clavel, que nos subyuga e impresiona, pero que nunca podemos plenamente describir (como ni siquiera podemos describir cómo oímos un Fa o cómo miramos el azul o el verde, por más que podamos definirlos en el espectro sonoro o en el electromagnético.

No puedo, pues, decir en tres palabras qué me significa la sexualidad, ni hallar la fórmula matemática de ella; aunque puedan localizarse en el organismo humano los lóbulos cerebrales más relacionados con ella o incluso los órganos que intervienen más patentemente en la realización culmen de ella.

1.1.2. Dicho esto, y todavía en el terreno de los preámbulos, me parece oportuno señalar que la sexualidad me significa a la vez un don, un ideal y una tarea, junto con algo mío del todo y que me caracteriza totalmente.

Gratuitamente para mí, nací sexuado; pero anhelante por una sexualidad plenificada. Y creo no me alcanzará el tiempo de la vida para realizar la tarea que mi sexualidad me impone: la de descubrirla día con día y hora con hora, la de ejercerla y vivirla de continuo, y la de mejorarla y aun enmendarla en todos los momentos y situaciones de mi vida.

¿Quiere decir esto que nada puedo decir acerca de ella?, ¿o que no quiero?

No es el caso, y me propongo desarrollar algo de mi sentir, pensar y razonar en referencia a ella.

Hallo una pista inicial que me lleva a asentar que la sexualidad es la gran oportunidad del ser humano; y creo no demasiado aventurado afirmar incluso que la máxima. Y me detengo, entrando así en materia, a algunas consideraciones que parecen convalidar mi afirmación:

1.2.1. Apunté ya que experimento mi sexualidad. Y tengo por notoria cualidad humana la de experimentar. Hay experiencias que pronto o tarde parecen agotarse, como quizá la de comer frijoles, porque al fin de cuentas se repiten y parecen dejar de ser interesantes.

No es de ésas la sexualidad: Me presenta, por el contrario, un campo de experimentación inabarcable, en el que están al parecer experiencias mías aun prenatales, o, por lo menos, asimiladas desde mi muy primera infancia, y tengo la convicción de que hasta mi senectud más senil podré tener nuevas experiencias.

En una frase, algo hiperbólica quizá, diré que nada tan experimentable o tan experienciable como la sexualidad.

1.2.2. No sólo es humano el experimentar. Lo es peculiarmente el gozar.

Nacimos para gozar y para gozar vivimos; el gozo nos alienta a la vida, y el gozo consume nuestra vida. Y entre los gozos posibles al humano parece ofrecer la sexualidad el máximo de ellos.

1.2.3. Y humano es el imaginar y fantasear, terrenos que fertiliza sin límites nuestra sexualidad, y en los que crece, florece y fructifica, también ilimitadamente: como botón de este jardín baste aludir a la pintura, la escultura, el cuento, la novela, el teatro, la poesía y la música, y la canción, síntesis maravillosa de las dos últimas.

1.2.4. Es también entendible la sexualidad. El afán de comprenderla, exacerbado en la pubertad, nos acompaña toda la existencia; y la mayor satisfacción de ese afán estriba en saber que nunca será totalmente satisfecho.

1.2.5. Más allá del entender y el conocer, del ser humano es el decidir: el tomar por sí mismo partido ante sus experiencias conocidas, y el encargarse con ello de su propia realidad. Libremente asumir así la propia sexualidad, con todo lo hasta aquí dicho de ella, y con todo lo por decir aún, que es mucho más, es probablemente la más plena opción humana, sobre todo si se toma en cuenta lo que no está dicho aún, y lo que nunca podrá ser completamente dicho.

1.3. Caben opciones individualistas en la asunción de la sexualidad, y caben también las altruistas que no alcanzan una completa complementariedad. Me referiré más abajo a algunas de ellas.

Antes, sin embargo, paso a hablar de la sexualidad compartida, y compartida en su forma más plenaria (a la que califico tal por resultar obvio de lo que a continuación digo de ella).

1.3.1. Es de por sí la sexualidad compartida, al menos idealmente, la plenitud en primer lugar del compartir humano, cuando la fusión de las dos personas de sexualidad complementaria abarca los aspectos todos de la vida.

No se da en ella sólo la unión del experimentar, el sentir, el imaginar, el pensar, el conocer, el desear, el decidir... La unión llega hasta la compenetración misma corporal, culmen del intercambio de miradas y palabras, de regalos y complacencias menores, que llevan a intercambiar temperaturas y caricias, besos y paladeos, masajes y tactos casi imperceptibles, hasta la penetración final y el conjugar jugos vitales, que culmina en el orgasmo.

Difícilmente puede imaginarse, si es que se puede, mejor solución al problema de la soledad o el aislamiento a los que el ser humano se ve enfrentado tan pronto como toma consciencia de sí mismo, y se sabe, por tanto, individuo: él, sólo él, y no otro, y necesitado a la vez de interrelacionarse con sus semejantes.

1.3.2. Me es patente que la plenitud de la interrelación humana, superando la mera complementación de la sexualidad ejercida, se da en lo que llamamos 'la familia', por la que la raza humana no sólo se extiende en contemporaneidad, sino que, superando en alguna forma la amenaza ineludible de la muerte individual, se perpetúa a lo largo de los siglos.

Sin embargo, no sólo bajo ese aspecto la sexualidad complementariamente compartida y ejercida en plenitud resulta ejercicio de las máximas potencialidades humanas:

El hombre, en efecto, parece innatamente orientado a poseer. Aunque también, en la medida en que se va haciendo más humano, teme y rehuye ser poseído por aquello que posee; como que no le ve sentido a vivir sólo para poseer y para cuidar sus posesiones.

En la sexualidad complementariamente compartida –que puede en breve llamarse 'heterosexualidad'–, el ser humano –llamado en este caso 'cónyuge'– experimenta al mismo tiempo ser poseído y poseer, y se libra de someterse a sí mismo a sus posesiones:

Indicios de esto los tenemos en el desarrollo evolutivo individual: El niño desconoce de por sí la noción de propiedad: le basta satisfacer sus necesidades básicas orgánicas, y poder mirar y tocar todo, explorarlo y jugar con ello, para, sin convertirlo en su preocupación, dejarlo en cuanto deja de inmediatamente satisfacerle. Goza, sin embargo, en su primera edad en sentirse poseído por su madre y sentir que él la posee.

Mas tarde, en nuestra cultura actual cada vez más 'globalizada', el niño empieza a sentirse propietario y a retener y aun acumular sus propiedades, de modo que no es ya solamente mamá –y, a su tiempo, papá– lo que le da seguridad, sino –asemejándose al adulto, del que va aprendiendo poco a poco– se empieza a sentir seguro también por tener cosas, con lo que su espontaneidad se ve disminuida y, a la larga, también su libertad.

Al advenimiento de la pubertad, y más marcadamente el de la adolescencia, por la mayor consciencia –implícita o explícita– de la sexualidad, el joven y la joven empiezan a atraerse mutuamente e inician una segunda etapa de exploración y proyección centrífugas (la primera fue la elemental exploración del universo), que lleva consigo la tendencia a regalar y a regalarse:

No sólo tiene cada quién en quién pensar, a quién imaginar y recordar y en quién soñar: tiene también con quién querer estar, y a quién quererse dar; y encuentra la manera de darse germinalmente por medio de 'emisarios', que no son otra cosa las cartas, los regalos, las poesías, los dibujos, las canciones y las fotografías (y habrá que añadir hoy, en los ambientes de economía privilegiada, los videos y los chateos).

De la plenitud de este darse mutuamente ya antes dije que culmina en la formación de la familia; no sólo porque da en ella el ejercicio de la heterosexualidad plenificada, ni siquiera porque con los hijos se multiplican los destinatarios de la propia donación; sino porque esa misma donación es compartida:

No sólo viven él para ella y ella para él; sino que ese mismo vivir en donación recíproca adquiere una nueva plenitud, por cuanto la mutua donación no se cierra en sí misma, por hermosa y gozosa que ella sea; sino que, además, es un darse para darse: darse conyugalmente, para darse parentalmente; darse entre sí los cónyuges, para con un mismo corazón bicordial y una misma mente bimental darse unitariamente a los hijos, y recibir, a su vez, la donación inicialmente inmadura de los hijos.

Así, en la familia culmina el poseer: unos a otros se poseen, pero porque quieren libremente ser poseídos; como lo refleja el lenguaje, en el que, cuando se habla de 'los míos', igualmente se entiende 'aquellos que son míos' y 'aquellos de quienes yo soy' (algo así como cuando hablamos de 'nuestra patria' o 'nuestro Dios').

1.3.3. No se circunscribe a esto, con todo, la plenitud de la sexualidad conyugalmente ejercida; puesto que también bajo otros aspectos plenifica al ser humano:

Uno importante de ellos es el de la inventiva o constructividad:

Todo ser humano es inventivo y constructivo: quiere modificar la realidad. Algunos llaman a esto 'agresividad'. A ello se debe el desarrollo de las sociedades humanas a lo largo de siglos o milenios, jalonado por episodios tales como las primeras herramientas y las primeras codificaciones comunicativas (mímicas o verbales), la vestimenta y la habitación, la domesticación del fuego, la alfarería y el cocimiento del barro, la agricultura, la aritmética, la rueda, la grafía y el alfabeto, la brújula, la imprenta, el vapor y la electricidad, la navegación y la aeronáutica, la electrónica y la energía nuclear, los semiconductores y la telemática,.. En una palabra: la evolución civilizatoria de la humanidad, con las consecuentes evoluciones económicas, culturales y políticas.

Es evidente, por lo demás, por más que suela pasarnos desapercibido, que la más sofisticada tecnología, así como el orden espectacular del Universo que contemplan los astrónomos, resultan como una secuencia de dados de madera ordenados por un niño, al lado de lo que soy yo mismo, al igual que cualquier otro ser humano.

Y es precisamente nuestra sexualidad la que, al menos hasta hoy, nos ofrece la constructividad que nunca hubiéramos soñado, y nos la ofrece como lo más espontáneo de nosotros; como suele decirse, como el más fuerte de nuestros instintos: la posibilidad de construir –entre placeres inefables compartidos– nada menos que seres humanos completamente nuevos.

En palabras simples: ¡Nuestra sexualidad nos hace capaces de hacer niños! Lo cual, además –lo sabe cualquier papá o cualquier mamá, y mucho más quizá cualquier abuelo o abuela–, nos hace artistas del arte más arte de las artes.., que nada hay en este mundo más bello que un bebé, ni artista o artesano alguno logra hacer jamás algo más maravilloso.

Aun en su aspecto más externo, no cabe duda de que esto es de este modo:

Simplemente, varón y mujer que conyugalmente se aman, no pueden soñar algo más hermoso que crear algo que a los dos los represente, que reproduzca en síntesis sus rasgos... ¿Y no es el rostro de un niño la más perfecta síntesis de dos rostros humanos, de quien lo engendró y de quien concebido y gestado lo parió..? Síntesis que, manifiesta ya desde los primeros días o meses de vida intrauterina, se irá matizando y perfilando con los años, hasta ir cobrando más y más su propia identidad y autonomía, que lo hará inconfundible entre millones, sin que pierda los rasgos fisonómicos que lo remitirán siempre a sus progenitores.

1.3.4. Y si construir un organismo humano y plasmar en él los rasgos de los progenitores, es en verdad maravilloso, mucho más lo es y más plenificante el acompañar y apoyar a ese organismo en sus intrínsecos empeños por hacerse verdaderamente hombre, persona:

La sexualidad conyugalmente compartida halla en este crecimiento de la prole, desde su inicial dependencia total de sus progenitores hasta su total relativa independencia, la satisfacción más plena de que es capaz un ser humano: la compleción de su labor familiar, cuando los hijos dejan el hogar para vivir, ellos también, la plenitud de su propia sexualidad, a ejemplo de quienes los trajeron a este mundo.

Así, como anteriormente lo dejaba vislumbrar, la sexualidad da al hombre la posibilidad de la más plena comunión o interdonación: no sólo ya, como antes dije, por la orgástica donación mutua total en la unión íntima en que se complementan las personas al amar con plenitud sexual, sino en el complemento que de ella se deriva, al seguirse dando ellos uno al otro, para, hechos uno, darse totalmente a la generación siguiente, hasta que ésta deje de poder recibir algo de sus padres, por haber llegado ya, a su vez, a la plenitud del amor conyugal y fecundo.

1.4. Anticipé ya que 'es peculiarmente humano el gozar'. Y es claro que la sexualidad es para gozarla.

Pudiera a primera vista imaginarse que el clímax de ese gozo, el orgasmo compartido, es verdaderamente clímax, y no es raro que sea convicción de adolescente la de que no hay placer más gozoso que un orgasmo. En lo cual puede haber mucho de verdad..; pero no la íntegra verdad.

Si por placer entendemos el ejercicio libre de nuestras facultades y posibilidades, el rito del amor será el máximo placer en tanto sea verdaderamente 'rito del amor'. Es decir: condensación, expresión, respiración, alimentación y eje del amor.

Obviamente, al decir 'amor' me estoy refiriendo a algo misterioso; 'misterioso' en el sentido antes anotado: a algo inefable pero experimentable, no en el experimento empírico en que nuestro conocer científico se basa, sino en la consciencia inmediata de nuestra totalidad personal, previa a cualquier entender o sistematizar, que nos dice la verdad total acerca de nosotros mismos, y nos da a saber quiénes somos, para qué somos, hasta dónde somos o podemos ser, con quiénes somos, y cual es la esencia, el origen y el destino de nuestro ser humano, así el de cada uno de nosotros como el de nuestra totalidad como raza humana única.

La óptima experiencia de éste nuestro yo total nos la posibilita y ofrece nuestra sexualidad, por lo que podemos afirmar de ella, por lo menos, que constituye de hecho el cimiento, el manantial y el dinamismo y energía de toda plenitud humana, así como la culminación de ella, cuando se ejerce sin trabas y hasta su plenitud. Ejercicio, es claro, que no se reduce al ejecutado en el tálamo nupcial; sino que abarca la vida toda conyugal.

1.5.1. He venido hablando hasta aquí de la sexualidad compartida, y de ella, en particular, de la compartida en la plena complementariedad. Es decir, de la sexualidad heterosexualmente compartida; y, de ella, en su forma considera por mí, al menos hoy por hoy, como la más plena de ellas: la sexualidad compartida heterosexualmente en forma conyugal, que se plenifica en la familia.

Había ya anotado, sin embargo, que existen otras posibles formas en que el ser humano asume fácticamente su sexualidad, y a algunas de ellas quiero ahora referirme brevemente.

1.5.2. Una de ellas es el eclesiásticamente llamado 'celibato' (distinguido así de la llamada 'soltería', considerada en sí como situación provisional o anómala):

Es el celibato la asunción de la sexualidad sin el ejercicio de la genitalidad. Desde tiempos antiguos parece haberse considerado una opción válida, y no es raro aparezca como venerable en diversas tradiciones religiosas o libros sagrados. En la católica, se atribuye a la madre de Jesús (que concibió 'por obra del espíritu santo'), y el texto evangélico se interpreta como aprobación de ella al atribuir a Jesús estas palabras:

Hay algunos que desde el vientre de su madre nacieron ineptos para el matrimonio. Y hay otros que son ineptos, porque los demás los convirtieron en ineptos. Y hay otros que lo son, porque ellos mismos, por causa del reinado de Dios, se hicieron ineptos para él. ¡Y entiéndalo cada quién conforme a su entendedera! (Mateo, 19: 11-12).

Baste recalcar, sin entrar en algún otro detalle (que no viene al caso hacerlo), el sentido de la penúltima frase de Jesús: Hay quienes son ineptos para el matrimonio, porque ellos mismos se hicieron tales por causa del reinado de Dios, cuyo sentido es aprobatorio, por no afirmar que laudatorio.

También el evangelio, y en igual sentido aprobatorio o laudatorio, atribuye a Jesús este otro dicho: ¡El que haga la voluntad de Dios, ése será mi hermano, mi hermana y mi mamá! (Mc 03:31).

Parecen estos textos suficientes para ilustrar la persuasión cristiana muy antigua de que hay una plenificación no genitalizada de la sexualidad, que no es ajena al amor y la familia, aunque estos términos hayan de tomarse en un sentido no tan fácilmente comprensible.

Que la plenitud que alcanza no elimina las carencias que implica, aparece claramente profesado en un texto oficial de los jesuitas (CG.44, d.8), del que transcribo algunas líneas, subtituladas muy significativamente 'El precio a pagar':

(14) El jesuita no debe engañarse en cuanto al costo de su decisión. Conlleva una renuncia a la intimidad conyugal, la negación del deseo tan humano de tener hijos, decir adiós a una vinculación afectiva que es una de las experiencias más ricas de la vida y la condición normal para el crecimiento humano. (...) Otras alegrías no menos profundas entrarán en su vida, pero no podrán eliminar del todo ese sentimiento de carencia. (16) A lo largo de su vida, el jesuita derrochará su tiempo y talento en una gratuidad absolutamente desinteresada. (...) Al final de ella y por su voto de castidad se habrá hecho pobre de una manera que sus dotes naturales y su educación y energía previas hacían imposible. (...) Se ha hecho un hombre sin familia ni propiedad, que nada ha construido para sí mismo y que mira a Dios para definir su vida. Esta pobreza que brota de su castidad no destruye su vida como jesuita; en muchos aspectos le ha dado plenitud y satisfacción. Pero no debería camuflar el precio de una vida de estas características.

Y si he transcrito estos renglones de un documento reciente de la Compañía de Jesús, orden religiosa de la iglesia Católica, es por ilustrar con ellos un caso más amplio, que abarca por parejo cualquier elección del celibato por un motivo noble, como pudiera ser la dedicación irrestricta a un servicio artístico o profesional, o aun el evitar un riesgo serio de transmitir una enfermedad.

1.5.3. Por otra parte, y sea lo que sea de lo anterior, es claro que la asunción de la sexualidad fuera de la complementariedad heterosexual ha existido siempre en la historia, y que es actualmente menos mal vista en la sociedad que lo que lo fuera en otras épocas. O, por lo menos, se habla de ella con menos hipocresía y más seriedad que en tiempos pasados aún no demasiado remotos.

Lo menos que de ella puedo yo afirmar es que considero más humana cualquier forma de relación sexual que brote del amor y lo exprese, que aquella cuya genitalidad se ejerza en tal manera que estén ausentes de ella valores tan humanos como la verdad, la libertad, el amor y el compromiso.

1.5.4. Y, por no pasar ya a otros detalles, e irme acercando al fin de esta amplia nota, quiero recordar aquí principios éticos que me parecen de fundamental importancia:

Uno es que tiene sentido seguir describiendo los ideales vislumbrados, ciertamente desde las propias posibilidades y limitaciones de la propia cultura, referentes a la plenitud humana, con tal de que no se haga en tal forma o intención que descalifique a quienes no alcanzan esa plenitud, ni menos los juzgue culpables de ello.

Otro es que la humanidad toda, si bien pudiera decirse que ha concluido su proceso de hominización, es obvio que no ha terminado el de humanización: Sin entrar en matices, probablemente puede afirmarse que cada generación es más humana que la anterior, por lo menos en cuanto que recibe como base la herencia de ella; por lo que pudiera ser que nos sintiéramos muy satisfechos de nuestro grado de humanización.

Sin embargo, quizá lo mismo sucedió hace diez mil años o mil, o, más cercanamente, en la generación de nuestros abuelos o en la de nuestros padres; y no tenemos ni idea de los avances en su humanización que la humanidad pueda alcanzar en los años, siglos o milenios venideros.

Y es claro que este hacernos más humanos incluye también avances tecnológicos, como los de los medios de comunicación o los que la ingeniaría genética empieza a ofrecer (a manera de ejemplo, pues podría igualmente aludirse a la evolución política, religiosa o económica); y que esos avances a su vez generan necesariamente mutaciones en las concepciones éticas o humanísticas que señalan los rumbos hacia una humanidad ideal.

Un tercer principio ético fundamental, prefiero ilustrarlo con un ejemplo de otro campo: el de las ciencias dietéticas o de la nutrición:

Pueden ciertamente los nutriólogos describir la dieta ideal del hombre actual, e invitar a todos a tratar de acercarse más y más a ella. Pero, dado que para la mayor parte de la humanidad es de hecho actualmente inalcanzable (y aunque lo fuera para un solo ser humano), no por ello ha de predicarse el ayuno total como preferible a una dieta deficiente o menos balanceada.

Lo mismo pienso yo acerca de la sexualidad: Asunciones o ejercicios no ideales de ella, no pueden ser condenados a titulo de contravenir una sedicente 'ética natural', que pretenda fincarse en la 'naturaleza humana':

Esta, ciertamente, no es una naturaleza simplemente animal, ni nos hacen ningún favor quienes tratan de darnos enseñanzas conductuales tomando como referencia las conductas animales, así sean las de los primates de organismo similar al de nosotros; que si alguna es la naturaleza humana, ella es la de ser el hombre constructor libre de sí mismo:

Es decir: la de darse a sí mismo, mediante sus decisiones libres, su naturaleza propia, diseñándose y realizándose a sí mismo según su libre elegir. Elegir que por cierto nunca será absolutamente incondicionado, al menos mientras el ser humano viva en sociedad y elabore, comparta y transmita en ella sus formas culturales: aquéllas en las que él sea cultivado, y aquéllas que él cultive.

Y un último principio, latente ya en los párrafos primeros de estas notas:

En último término, y en primero, el ser humano –cada uno de nosotros– es un misterio: no sólo para los demás, sino en primer lugar para sí mismo.

Nadie se conoce ni se domina a sí mismo en plenitud, ni mucho menos puede llegar a conocer exhaustivamente a ninguno otro. Y el más impenetrable y sagrado misterio de este ser humano es su propia consciencia, en la que radica la consciencia y el proceso personal de la propia humanización, al que muy en primer término –como ha quedado dicho– corresponde la asunción y el ejercicio de la sexualidad propia, más o menos libremente elegidos.

Son privilegio, pues, y responsabilidad individual, las decisiones todas relativas a la propia sexualidad, mismas que habrán siempre de ser tomadas desde un conocimiento aproximativo sólo y siempre deficiente, como que es el conocimiento que cada quién tenga de sí mismo en el momento en que decida.

En otras palabras: si en algo es patente para cada uno de nosotros nuestra propia misteriosidad y la ajena, es precisamente en nuestra sexualidad, la cual, por más que pudiera tecnificarse, reglamentarse o banalizarse, no dejaría siempre de sernos misteriosa; y, como tal, tremenda y fascinante:

Tendrá siempre el sexo, por tanto, mucho de aventura, de riesgo, de fascinación y de atractivo; y, como humano que es, necesariamente también mucho de decepción, de yerro, de tensión, aun de fastidio...

Algo de ello puede entreverse en el primer capítulo del primer libro de la Biblia, el libro por excelencia de las iglesias cristianas, y aun la 'escritura sagrada' por antonomasia de la llamada 'civilización occidental' (Gn 01:26 - 02:03):

¡Todo está bien! ¡Ya sólo falta el hombre!

Y dice Dios al fin: ¡Al hombre hagamos,
para que sea en el mundo imagen nuestra!:
Que domine la tierra con sus manos,
que gobierne las aves y las fieras,
los peces y reptiles, y que sea
dueño y señor de bosques y de campos.

Y así los hizo Dios ¡A imagen suya!
Macho y hembra los creó.
Los bendijo, y les dio
el poder engendrar vida futura
al hacer el amor:
¡Qué feliz aventura!
Y contempló el Creador toda su hechura
el día sexto. Y gozó,
el día séptimo, Dios
la belleza sin par de sus creaturas;
y alegre, con holgura,
cansado, descansó.


2. Trascendencia que tiene la sexualidad en la vida del ser humano:

Me parece que suficientemente ha quedado este tema tratado en lo anteriormente escrito a propósito del primero. Paso, por tanto, al tercero, al que preveo dedicar unas cuantas líneas solamente.


3. El pensamiento de la iglesia Católica respecto a la sexualidad:

Es verdad que soy presbítero dentro de la iglesia Católica, y que en ella colaboro como tal con el arzobispo de la iglesia de Hermosillo. Lo es también que he citado dos o tres veces alguna versión del texto de la Biblia, y una vez un documento de la Compañía de Jesús, en la que soy jesuita. Pero de ningún modo significa esto que lo que he escrito reproduzca el pensamiento de la iglesia católica, pero ni siquiera el de la iglesia de Hermosillo o el de la Compañía, ni aun el de la pequeña iglesia cuasi-parroquial a la que presto más inmediatamente mis servicios.

Y la razón es muy sencilla:

La iglesia, como la Patria, es una comunidad o grupo social no demasiado reducido; y así como nadie osaría dar respuesta a la pregunta '¿qué piensan los mexicanos acerca de tal punto?', creo también imposible que alguien ­–al menos yo ciertamente no– pueda decir sin más qué piensan los bastante más de quinientos católicos del mundo:

La sede del pensamiento es la mente –o, si se quiere, el cerebro–. y cada ser humano tiene en sí la propia. Cierto es que no todos tienen la misma oportunidad de expresar su pensamiento, y que el pensamiento expresado por algunos puede resultar de más influjo que el que otros puedan expresar; pero, como no podemos afirmar que lo que piense Vicente Fox es lo que piensa México, así tampoco podemos afirmar que lo que piense Juan Pablo II es el pensamiento de la iglesia Católica.

Me parece casi sobrehumano poder establecer con certeza científica qué es lo que piensa una comunidad más o menos amplia, como pudiera ser la hermosillense, y mucho más sobrehumano considero precisar el pensamiento de la iglesia Católica contemporánea (por no hablar ya del pensamiento de ella a través de sus casi dos milenios de existencia histórica).

Sí creo poder haber expresado lo que yo pienso hoy por hoy, así como expreso ahora que tengo alguna consciencia de las limitaciones de mi pensamiento (acerca de este tema como de cualquier otro), pero que no por ello tengo por qué dejar de comunicarlo, ni menos cuando me lo has pedido tú, Elsa, a quien bien sabes que mucho estimo y con quien he charlado ya de muchos temas.


Cerro de la Campana, Hermosillo, Sonora,
Domingo 6 de febrero de 2005
Félix, s.I.