2006-02-08

Hiperparábola

Este escrito es de hace cosa de dos años. Me acordé de él, al verlo citado por un excelente amigo mío. Nada tiene que ver con Matemáticas; sí, quizá, con asuntos evangélicos. Lo comparto con gusto, porque conozco a varios 'hermanos menores', que me hablan mejor de Papá que los 'mayores'. Lástima que ellos no tengan acceso al Internet...

Hiperparábola
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Conocemos ya, por Jesús, a la familia del así llamado ‘hijo pródigo’: los dos hijos y el papá. De ella Jesús nos narra un episodio. Hoy yo quiero narrar otro:

No es ahora el hijo menor el que se ausenta: el que se va de viaje es el papá: vacaciones, negocios, asuntos familiares..: no sé; pero lo mismo da. Para salir, se despide de los hijos y les confía todas sus cosas en su ausencia.

Un día, llega a la casa un correo electrónico: el papá anuncia la fecha en que regresa.

El hermano mayor recibe el correo, y empieza a preparar la bienvenida: carne asada, cerveza, banda, invitados..: algo digno de la altura de un papá tan bueno que regresa.

Llegado él, el hermano mayor lo va a recoger al aeropuerto, y desde el camino no deja de darle buenas noticias. El prudente papá lo escucha todo, alegre al ver el entusiasmo de su hijo:—En todos sentidos, la hacienda ha progresado: atinadas inversiones en fertilizantes y sistemas de riego han incrementado y diversificado la siembra de gramíneas y los cultivos de frutales y hortalizas; los animales se han multiplicado y están sanos, y se ha ampliado el mercado de la carne, de la leche y del huevo; y una flotilla de transporte, aun refrigerado, se encarga de que los productos vegetales y animales estén oportunamente en los exhibidores de las mayores tiendas de autoservicio de la ciudad cercana. Esto ha requerido y posibilitado el incremento de la planta de trabajadores, reforzada por los necesarios eventuales exigidos para la recolección oportuna de los frutos de la tierra. Incluso está todo listo para industrializar parte del producto, y hay excelentes perspectivas para lácteos, mermeladas y embutidos, y aun probablemente para vinos… Y ya estoy en tratos con un fiscalista, porque ya sabes como anda brava Hacienda…—

Se agotó la paciencia del papá, y, en una pausa de su hijo, le espetó la pregunta que su corazón llevaba rato exigiéndole y que rompió al fin la barrera de sus labios, sonrientes y cerrados, mientras escuchaba con cariño y alegría las pormenorizadas descripciones del éxito financiero de la hacienda:

—¿Y cómo está mi hijo, tu hermano?

—¡Ay, papá..!: Lo conoces más que yo… Ha seguido en las de siempre..:

Cuando tú te fuiste, todo parecía muy bien: Yo platiqué largo con él, y quedamos en que todas las decisiones las tomaríamos juntos… Y así empezamos.., los primeros días.

Apenas llegó el sábado, y se fue con sus amigos: los de siempre… Me llegó todavía crudo, al amanecer del lunes… Urgía echar a andar todo, y era absurdo esperarlo. Pero, en cuanto estuvo bien, le hablé de nuevo: le informé de lo que yo había decidido, y no mostró interés ninguno: Me dijo que todo estaba bien, y que él estaba muy de acuerdo… Y quedamos en que las cosas seguirían como habíamos quedado antes…

A los quince días se repitió lo mismo… Y hablamos lo mismo.., y volvió a pasar lo mismo. Y, para no hacerte el cuento largo, después ya fue de cada fin de semana, y, a veces, hasta a media semana.

Tuve que ponerme exigente con él, y acabé por tomar yo solo la responsabilidad de la hacienda. Lo puse de supervisor general, con un sueldo mayor que el de los trabajadores más antiguos… Pero todo salió peor: sintió, yo creo, que, como trabajador, se ganaba sus centavos y podía hacer con ellos lo que le viniera en gana, y, al rato, hasta empezó a organizar sus francachelas en la hacienda.

Y ya no era sólo alcohol, como yo siempre había pensado; sino marihuana y hasta coca. Le tuve que reducir el sueldo, porque, aparte de tirarlo todo, me estaba echando a perder a tus trabajadores. Quise prohibirle sus fiestecitas –como él las llamaba–, pero se enfureció conmigo y ya casi ni me hablaba.

No me quedó más que encerrarlo en la casa que era del conserje, y cuidaba yo que nada le faltara: tres veces al día le llevaban comida preparada, y disponía de todos los servicios.

Pero, ¡ya conoces a tu hijo!: Empezó a comprarse a los que le llevaban la comida, y, al rato, de la casa desapareció la video, la tele, la licuadora, y no sé cuantas cosas más… Pero eso sí: no faltaba nunca la marihuana y la cerveza.

Si sigue así, hubiera acabado con nuestro patrimonio; y, en primer lugar, con nuestros trabajadores; porque les contaba no sé qué mentiras y me ponía muy mal con ellos.

Total: acabé por encerrarlo, en la bodega chica, la antigua; y hasta vi que le pusieran un cuarto de baño. Ya sin más de qué disponer, hasta la comida negociaba con los trabajadores, y me decían que cada vez lo veían más desmejorado.

Me preocupé y le traje un médico, que me dijo que el asunto era de psicólogo. Logré que viniera uno a verlo varias veces; pero no más era perder el tiempo… y el dinero: ¡tú sabes lo que cobran! Y total: para que tu hijo se la pasara echando pestes de mí… y creo que hasta de ti.

Desesperado ya de hallar algún remedio, apliqué los métodos que aprendí en mi servicio militar: lo tengo a pan y agua, y, con eso, ya no negocia la comida; y, si me entero de que habla mal de ti o de mí, en vez de pan, hago que le den de la comida de los cochis…—

No pudo escuchar más el papá. Se soltó a llorar, y entre el ahogo de sus lágrimas, dijo simplemente:

—¿Dónde está mi hijo..?, ¿dónde está tu hermano..? ¡Quiero ir a darle un beso! ¡Me urge estar con él.., darle un abrazo..! ¡Quiero cenar con él.., aunque sea la comida de los cochis..!—

Corrió el papá, y, mientras traían la llave que exigió, espió por la cerradura de la puerta: Su hijo hacía lo mismo: como todos los días, por un hoyo entre las piedras del viejo muro, oteaba el camino antiguo de la hacienda, con la ilusión de que algún día regresara por ese camino su papá.., quien, conociendo a su hijo, en ese momento lloraba de alegría.

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