2007-08-03

007

007. Hasta ahora, he entrecomillado la palabra "Jesús", por recalcar que no la he tomado como nombre personal, sino como simple abreviatura de la frase 'el fenómeno Jesús de Nazareth', al que heurísticamente he identificado como 'aquello a lo que se refiere la comunidad cristiana histórica'. Y a ésta la he mencionado abreviadamente llamándola sin más Iglesia, sin necesidad de entrecomamiento, porque considero que ella es hoy para mí una realidad empírica: un grupo de personas al que puedo ver, oír y señalar.

No me resulta igual de fácil quitar las comillas a "Jesús", porque, aunque puedo suponerlo como un alguien del todo concreto y tangible, no hay en mí una consciencia empírica de él: No lo he visto, ni oído, ni tocado, y todo lo que de él pueda saber es lo que haya recibido o reciba de la Iglesia.

Es decir: no tengo ni siquiera (que parece ser lo menos que hubiera de pedir) documentos históricos directos en que haya dejado él su huella empírica (como pudieran ser su ropa, un escrito suyo, una fotografía...); sino únicamente testimonios múltiples de quienes lo expresaron precisamente por haber creído y confiado en él, y, por supuesto, sin despojarse para ello de su mentalidad propia.

[No atribuyo, por cierto, autenticidad alguna histórica al 'dato' que Ignacio de Loyola narró a Luis Gonçalves da Câmara al relatarle su 'Autobiografía' (n. 47): "En el monte Olivete está una piedra, de la cual subió nuestro Señor a los cielos, y se ven aún agora las pisadas impresas"; como tampoco a otras 'reliquias' de ese estilo.., aunque respeto a Ignacio o a quienquiera que de tales aproveche para ayudarse a dar un sentido a su existencia]

Es cierto que de Jesús no solamente han escrito los cristianos, pero nadie lo ha hecho sino por haber recibido alguna información o de ellos procedente o relacionada con ellos; de lo cual presenta Lucas el caso de Porcio Fiesto, procurador romano de Judea, sucesor de Félix en el cargo por el año 60; caso que, por ser quizá paradigmático, presento brevemente como ejemplo (Hz 25:13-19):

(...) Pasados unos días, el rey [Herodes] Agripa y Berenice bajaron hasta La Villa Imperial [Cesarea de Palestina], para saludar a Fiesto. Como se entretuvieron allí varios días, Fiesto le expuso al rey el asunto de Pablo, diciéndole:

—Hay un hombre al que Félix dejó preso...

Estando yo en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los veteranos de los judíos me fueron a ver para acusarlo, y me pidieron que sentenciara en su contra.

Les contesté que no es costumbre romana la de entregar a alguien como favor antes de que el acusado sea careado con los acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación.

Acá llegaron ellos juntos. No hice tardanza; y, al otro día, me senté en el tribunal, y mandé que trajeran al hombre.

Se presentaron los acusadores, y no traían de él ninguna acusación de los males que yo me sospechaba:

Se trataba de discusiones contra él acerca de su propia religión, y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo andaba afirmando que está vivo. (...) —

El asunto parece ser del todo claro: Lucas (que no conoció a Jesús) es el narrador, y lo narrado es lo que Fiesto narra a Agripa; a saber, que los jefes de los sacerdotes y los veteranos de los judíos mencionaban al acusar a Pablo a un tal Jesús, ya muerto, que Pablo andaba afirmando que está vivo. Así pues: Lucas narra que Fiesto narró a Agripa lo que a él narraron los judíos que Pablo andaba diciendo. ¡Nada más lejano que un testimonio directo acerca de Jesús!, y, en todo caso, un testimonio doblemente 'contaminado' por la fe y la confianza cristiana: la de Pablo, y la de Lucas (informado muy probablemente por el mismo Pablo).

No obstante todo lo anterior, parece pueden quitarse, mediante un rodeo, las comillas a "Jesús": Es sabido el influjo decisivo del mismo Pablo y sus escritos en la configuración de la comunidad cristiana, y él mismo, aun independientemente del texto arriba citado, es alguien que a sí mismo, como cristiano, se refiere a un ser humano concreto: al que llamamos Jesús de Nazareth, al grado de llegar a afirmar: "Para mí, el vivir es Cristo (Fp 01: 21)"; es decir, Jesús de Nazareth. Y lo mismo podría ilustrarse igualmente acerca de 'Mateo', 'Marcos', 'Lucas' y 'Juan', así como de 'Santiago', 'Pedro' y 'Judas', y de una serie innumerable de testigos, miembros de la comunidad cristiana.

Es claro, pues, que desde sus orígenes primeros, la comunidad cristiana está referida, no sólo a "Jesús", sino a Jesús; aunque de él no tenemos más noticia que la mediada por la misma comunidad: por su fe, por su confianza... y por su mentalidad.

Un tiempo, se pretendió distinguir entre el 'Jesús histórico' y el 'Cristo de la fe'. Hoy, parece claro que nuestra única noticia no se refiere a otro que al 'Jesús de la fe'; es decir, a aquél de nombre 'Jesús' en quien la comunidad cristiana confió y creyó desde el principio, el mismo en quien, si de veras es 'cristiana', sigue hoy creyendo y confiando únicamente.

Qué estatura haya tenido, o de qué color haya tenido los ojos o el cabello, es algo que nos tiene totalmente sin cuidado; puesto que no es Jesús en cuanto empíricamente conocido, sino sólo aquél en quien ponemos nuestra fe y nuestra confianza, quien nos da la respuesta (o la solución) a la pregunta humana básica: '¿quién soy yo?' (que en sí implica, para los cristianos por lo menos, la respuesta a la pregunta '¿quiénes somos nosotros?'.

Y si su fisonomía no nos interesa demasiado, tampoco nos son de interés las palabras precisas que haya pronunciado [ipsissima verba Iesu] o las acciones precisas que haya realizado [ipsissima facta Iesu]. El único Jesús, en efecto, que tiene por qué interesarnos, es aquél al que la comunidad cristiana se refiere; podríamos decir: no el 'Jesús de Palestina', sino el 'Jesús de la comunidad cristiana', el 'Jesús de la Iglesia'.

Porque no hemos de olvidar que es la Iglesia la 'mamá' que nos propicia y facilita el que resolvamos el problema básico de nuestra suficiencia insuficiente, el que hemos verbalizado en la pregunta básica tantas veces repetida: ¿quién soy yo?, pregunta cuya respuesta inteligente y entendida brota de un entender 'iluminado' por una fe y una confianza recibidas; recibidas precisamente de la Iglesia.

Parece, pues, claro que, si de la Teología ha de ser el inquirir por mí mismo y por el sentido de mi vida ('¿vale la pena vivir?'; '¿para qué?'), ese inquirir es inquirir por el Jesús de la fe de la Iglesia, y es un inquirir esa fe en la Iglesia y desde la Iglesia.

La Iglesia, la comunidad cristiana, es, pues, el lugar de la Teología: la que le da a ésta su desde dónde, su hacia dónde y su por dónde; con lo que a su vez la Teología le da también a la Iglesia su desde dónde, su hacia dónde y su por dónde; lo que puede expresarse brevemente diciendo que la Teología, autónoma en su entender, no lo es sin embargo en su qué entender ni en su para qué entenderlo... Lo que quedará más claro en consideraciones ulteriores.

Baste, por ahora, afirmar que el 'objeto', 'materia' o 'tema' de la Teología no es inmediatamente sino la comunidad cristiana, la Iglesia. Pues aun la pregunta teológica fundamental, '¿quién es Jesús?', no puede tener otro sentido que el de la misma pregunta hecha por Jesús a sus primeros seguidores (Mt 16: 13-15):

Jesús fue a la región donde está la Villa Imperial. Y se puso a preguntarles a sus aprendices: —¿Quién dicen los demás que es este ser humano?—

Ellos le fueron diciendo: —Unos, que Juan, el de las zambullidas; otros, que Elías; otros, que Jeremías o algún otro de los profetas...—

Les dijo: —Y, ustedes, ¿quién piensan que soy?—

El teólogo, pues, para saber 'quién es él mismo', lo que ha de hacer es preguntar a la comunidad cristiana lo mismo que Jesús preguntó a la misma comunidad, si bien entonces ella apenas en estado embrionario o germinal: "Ustedes, ¿quién piensan que soy yo?"; es decir: 'Cristianos, ¿quién piensan ustedes que es Jesús?, ¿qué pueden decirme de él ustedes?'

Bastaría para ejemplificar esto acudir casi a cualquier escrito de la antigüedad cristiana; pero, dada la índole de esta nota escrita, baste citar como ejemplo las primeras frases del evangelio de Lucas o de la carta primera de san Juan:

Lc 01: 01-04:

Muy distinguido Amigo de Dios:

Desde el principio de los hechos, hubo testigos presenciales de lo que ha tenido lugar entre nosotros. Se convirtieron luego en servidores de la palabra, y por medio de ellos nosotros lo hemos recibido como una tradición.

Siguiendo esa tradición, son muchos los que se han dedicado a la tarea de poner en orden la narración de aquellos hechos. Y a mí también me ha parecido conveniente dedicarme a hacerlo.

Para eso, he puesto todo mi empeño en investigar minuciosamente y desde sus comienzos todo aquello; y ahora te lo escribo a ti en una forma ordenada.

Así podrás conocer a fondo las cosas acerca de las que has recibido una muy sólida enseñanza.

1J 01: 01-04:

Queremos comunicarles,
a ustedes también,
lo mismo que nosotros hemos visto y escuchado;
para que también ustedes sean nuestros compañeros
y se mantengan unidos a nosotros.

Porque la Vida se ha dado a conocer,
y nosotros la vimos y somos sus testigos;
y de eso es de lo que queremos informarles:
¡de la auténtica y definitiva Vida!:
De esa Vida que estaba delante del Padre,
y que se nos hizo visible a nosotros.

Esa Vida es algo que existía desde un principio.
Y es lo mismo que nosotros hemos oído,
y hemos visto con nuestros propios ojos;
lo mismo que hemos mirado,
y hemos palpado con nuestras propias manos.

De eso es de lo que queremos informarles:
de lo que se refiere a la Palabra Viva;
para que también estén unidos en nuestra unión...

Basten estos dos ejemplos, dos 'prólogos' escogidos casi al mero azar, para ilustrar lo dicho antes: Así Lucas como Juan, prometen decir algo de Jesús, y decirlo ciertamente desde la comunidad cristiana; pero no sólo 'desde ella', sino también 'para ella': en uno y otro caso, se trata de transmitir algo recibido: sea porque 'por medio de ellos nosotros lo hemos recibido como una tradición' [Lc], o porque 'queremos informarles (...) [de] lo mismo que nosotros hemos oído, y hemos visto con nuestros propios ojos; lo mismo que hemos mirado, y hemos palpado con nuestras propias manos' [Jn].

Ellos mismos, nos ilustran también acerca de otro punto: la finalidad explicitada de la entrega que se hace mediante la comunicación que se prologa: 'Así podrás conocer a fondo las cosas acerca de las que has recibido una muy sólida enseñanza' [Lc]; 'para que también ustedes sean nuestros compañeros
y se mantengan unidos a nosotros'. (...); para que también estén unidos en nuestra unión...[Jn]

Pero todavía nos pueden ilustrar acerca de otro punto fundamental, en el que parece conveniente detenernos por considerarlo un poco más: el ya mencionado de la intervención mediadora de una mentalidad concreta en todo testimonio cristiano:

Porque, los solos prólogos citados, o, más claramente, los completos textos prologados, denuncian claramente dos 'mentalidades' del todo diferentes que dan un mismo testimonio referido ciertamente a lo mismo: La misma redacción (y mucho más si se atiende a los originales griegos) corresponde a estilos de ser y de escribir completamente diferentes:

Sin ir más lejos, la cita lucana pretende traducir un único período bimembre perfectamente equilibrado (con prótesis y apódosis y múltiples incisos), en el griego más clásico que se puede leer en el Nuevo Testamento. La juanina, por el contrario, corresponde a un griego de corte repetitivo y cuasi proverbialmente rimado, reflejo de una mentalidad semita, acostumbrada a la recitación oral memorizada. Pudieran compararse, respectivamente, en castellano, a un párrafo del Quijote cervantino y a un maltraducido instructivo de un aparato electrónico de origen coreano o taiwanés.

Pero se dice que 'el estilo es el hombre', y una diferencia de 'mentalidades' es mucho más que una estilística:

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