2007-06-07

001

01. Lo primero que quiero contigo compartir, es mi punto de vista sobre el mejor sentido que pueda tener la Teología, y empiezo por compararla un poco con la Filosofía:

Coinciden una y otra, creo, en que lo que buscan inmediatamente es entender, e, incluso, en que lo que tratan de entender es en último término lo mismo, guiadas ambas por la misma eterna, siempre nueva y antiquísima pregunta: ¿Quién soy yo?

Y puse un 'inmediatamente' importante; porque la pregunta planteada no se sacia con una mera respuesta inteligente: Si en cualquier campo del saber, mucho más en éste (al que a fin de cuentas todos se reducen), el saber no lo es sólo, pues implica una tarea transformativa: la de hacerme yo a mí mismo, a partir de como me vaya yo entendiendo y según me vaya yo entendiendo; tarea que culmina en el sabroso saborearme a mí mismo (en el mejor sentido de ello), cuya ocasional frustración me avisa que mi intelección de mí ha sido por lo menos no plenamente atinada, y me invita, por tanto, a revisarla y corregirla; a rehacerla.

Este entenderme y hacerme a mí mismo progresa generalmente de horizontes menores a mayores, tanto más ágilmente cuanto mis intelecciones vayan siendo más atinadas y vividas; de modo que el 'yo mismo' que trato de entender y hacer, cada vez va siendo un yo más extensa y profundamente relacionado con otros yoes y con el universo en que nos ha tocado convivir, en forma tal que, en una palabra, no hay tema de saber humano que sea del todo ajeno a la sabiduría del saber y saborear filosófico y teológico.

Coinciden también Teología y Filosofía en ser eminentemente 'culturales': Aunque en sus estadios germinales pueden, en efecto, considerarse asuntos meramente personales, una como otra, aunque en grado y forma diferente, se vinculan, al desarrollarse, a una tradición o una cultura:

A la Filosofía, ellas generalmente le ofrecen una temática, un vocabulario y un género expresivo, cuyas funciones no pasan de auxiliares: desde luego, para recibir pistas e instrumentos para expresarme a mí mismo lo que de mí voy descubriendo; pero también, para interrelacionarme y confrontarme con lo que otros han descubierto antes o siguen descubriendo acerca de sí mismos. Por eso, tiene algún sentido (no ciertamente el primordial) para el filosofar propio, asomarme, a través de su legado, al filosofar de quienes nos precedieron o acompañan; relación que tanto más se podrá extender y ser fructífera, cuanto mayor sea mi habilidad para comprender símbolos ajenos, o aun para adentrarme en sistemas simbólicos diversos a aquél al que más habituado me encuentro.

Se dice que "al que es tonto, la universidad no le da nada" ["quod natura non dat, Salmantica non praestat"], y creo es del todo cierto. Pero indudablemente el aprendizaje y la ciencia de códigos diversos al inicial habitual mío, que puede requerir amplios estudios, suele propiciar un crecimiento filosófico (por ejemplo, si puedo 'leer' no solamente la filosofía escrita de Platón o de Descartes; sino soy además capaz de captar la de Picasso, Beethoven, Napoleón o el hombre de Altamira).

Es claro, sin embargo, que mi Filosofía ha de proceder íntegramente de mi mente propia, y que el campo o manantial de ella no puede ser otro que mi yo mismo.

Y, en alguna forma, lo mismo podría ser dicho de la Teología... Pero sólo 'en alguna forma', y, por así decirlo, sólo al cabo de un más largo o más breve rodeo, o, más precisamente, al término de múltiples rodeos, de longitudes y significancias diferentes.

Porque, a mi ver, en esto radica la diferencia básica entre la Filosofía y la Teología (diferencia que, como te insinuaba en mi carta ya transcrita) va resultando cada vez menos valedera y perceptible, por más que inicialmente pueda parecer fundamental y muy notoria): No ciertamente en las modalidades empleadas de la propia razón o inteligencia, ni en las temáticas o métodos; sino, por decirlo de algún modo, en los 'materiales' por procesar o procesados; en las parcelas, los establos o las aguas a las que una y otra se asoman en busca de sustento; en los ámbitos en los que inquieren su elemental información...

Porque anterior a la Filosofía es la Teología, así en el desenvolvimiento del individuo humano, como en el de cualquier cultura o tradición, o aun en el de la humanidad entera:

El de subsistir, en efecto, es el primer problema que al infante se plantea, y él suele acudir a su mamá en busca de respuesta.., lo que supone necesariamente de él una innata y por lo menos germinal confianza en ella; y mucho antes de que el bebé se identifique a sí mismo como un yo, identifica a su mamá como la proveedora universal de lo que para vivir requiere, y, por lo menos implícitamente, como la sabiduría misma que responde a todas sus 'preguntas' (que, por supuesto, no ha podido ni aun deseado aún plantearse).

La 'mamá' se convierte poco a poco en un pequeño grupo humano, al que puede llamarse 'la familia'; misma que a su vez se va ampliando hacia grupos cada vez más numerosos, tales como 'la comunidad', 'la escuela', 'la iglesia', 'el barrio', 'el pueblo' o 'la patria.., hasta poder llegar a 'la humanidad entera', por lo menos 'la contemporánea', si no es que también 'la pretérita', o aun 'la futura'.

Antes, en efecto, que el niño pueda tener alguna consciencia de su propio entender y del dinamismo inquisitivo de este entender suyo, es ya inmediatamente consciente de su fragilidad y deleznabilidad, y de su insoslayable necesidad de recibir algo de alguien (o de algo), sin lo cual su ser mismo se destruye. E, implícita en esa consciencia primigenia, está la de que ese alguien o algo le es confiable, lo que significa alguna percepción de que, al menos para él, ese alguien es sabio, poderoso y, sobre todo, bueno: Sin esta persuasión, implícita en los más iniciales impulsos instinctuales humanos, el bebé no haría confianza en su mamá, ni succionaría la leche de sus pechos.., y, por lo tanto, moriría.

La 'Teología infantil' no podría ser otra cosa que el descubrimiento consciencial de esta confianza, que, al primer surgir del preguntarse y entender, dará lugar a comprensiones elementales acerca del quién soy yo de aquel infante, mismas que lo llevarán a 'decirse' en relación con la 'mamá', y aun a decidir y actuar conforme a lo que de sí mismo así se diga..; con la consecuente satisfacción o frustración, que lo llevarán, respectivamente, a afianzar o revisar esas sus primeras 'creencias'.

Y algo análogo habría de decirse de un clan, una tribu o una nación, en las que cada individuo se entiende a sí mismo a partir de lo que de sus congéneres recibe, que presupone la confianza en ellos, y que en alguna manera se desenvuelve en persuasiones, decires o creencias.

Por allí va, pienso, la diferencia básica, no sé si habría de decir única, entre la Filosofía y la Teología: Una y otra buscan, 'inmediatamente' la comprensión que cada uno haga de sí mismo, y una y otra lo hacen preguntando, entendiendo y formulando; y, así mismo, una y otra cotejan la validez de lo entendido y formulado mediante la aplicación 'práctica' de ello y los resultados empíricos favorables o desfavorables de ella. Difieren, con todo, en la fuente privilegiada de los datos de que se alimentan, de la materia que elaboran (diría tal vez 'la escuela': la 'causa material' de sus conocimientos y saberes).

Porque, es cierto, tanto el saber y saborear filosófico como el teológico se elaboran primordialmente a partir de los datos de consciencia; pero con esta diferencia:

El filosofar privilegia la consciencia que tiene de que no puede el ser humano entenderse a sí mismo sino a partir de los datos que le proporciona su propia consciencia polimorfe, y deja como en un segundo plano la consideración de que esos datos en muy buena parte están configurados o matizados por los que de su interacción con su 'mamá' (o su 'comunidad') ha recibido y sigue recibiendo; datos que presuponen sin duda una confianza que origina una creencia, las cuales, con todo, podría decirse que no están presentes sino en una especie de tercer plano de consciencia.

El teologizar, por el contrario, da primordial importancia a este plano tercero en el hacer filosofía, de modo tal que el hacer Teología parte precisamente de la confianza en la 'mamá' (o en la 'comunidad'), y, por ello, de las creencias recibidas de ella; las cuales, ciertamente, se procesan, no en cuanto recibidas, sino en cuanto de hecho son atestiguadas como válidas por la experiencia de la propia consciencia de quien teologiza.

En otras palabras: la Filosofía es obra de la suficiencia humana, que a fin de cuentas no puede sino descubrirse como insuficiente; y la Teología lo es de la insuficiencia humana, que a fin de cuentas no puede sino descubrirse como suficiente.

En una tradicional simplificación, hay quien afirma que la Filosofía se hace 'a la luz de la razón'; mientras que la Teología, 'a la luz de la fe'. La fórmula, muy equívoca sin duda, puede tenerse en algún modo como válida, siempre que se entienda en el sentido que los anteriores párrafos sugieren para ella. Pero ello nunca ha de conducir a juzgar que la Filosofía se hace a base de pensar y la Teología a base de creer, pues nadie que no crea puede pensar, como nadie que no piense puede alguna vez creer; como nadie hay, por autónomo que sea o se considere, que no deba su ser a una 'mamá', ni nadie tendrá o habrá tenido verdaderamente una 'mamá' en tanto no sea autónomo de ella.

Por eso, quien de verdad es teólogo y filósofo, difícilmente podrá, si es que puede, distinguir entre sus supuestamente dos posibles actuaciones: como 'filósofo' o como 'teólogo'; ni mucho menos si se toma en serio otro aspecto común a ambas 'actuaciones', que, para mí, no son sino dos veredas que concurren hacia una misma cima o una misma sima, o dos arroyos que confluyen hacia el mismo río.

Porque subir hasta la cima o bajar hasta la sima (que, además, 'cima' y 'sima' vienen terminando en ser lo mismo) no es para sólo saborearse solo en sus excelsitudes o sus profundidades; sino para, desde altura u hondura (y manteniéndolas consigo en lo posible) volver, con la propia suficiencia insuficiente o insuficiencia suficiente, a la común de todos, para cargar con ella, a la vez que ella nos carga.

Ni filósofo ni teólogo, ni filósofo-teólogo o teólogo-filósofo que en autenticidad lo sea, se complace en el sibaritario saborear de sus sabidurías, las que dejarían de serlo para pasar a necedades si deviniesen en una autocomprensión que excluyera la dada y necesaria interrelación de cualquier yo con los yoes que lo rodean; relación que hace de la Filosofía y la Teología no otra cosa que herramientas eminentes para la construcción de un mejor 'nosotros', entorno único y único fértil terreno para el nacimiento y crecimiento de mejores yoes.

Esbozadas con lo dicho las semejanzas y desemejanzas entre la Filosofía y la Teología, puedo ir pasando a ésta, la Teología, que es al fin de cuentas el tema de esta nota escrita.

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