2007-08-24

010

10. Así Pedro como Juan, como sus otros compañeros, se vieron también necesitados, al empezar a actuar como testigos, de una nueva 'comprensión' acerca de Jesús. No les bastaba ya simplemente el haberse sentido comprendidos por él y el considerar que ellos le habían dado alguna comprensión y aun lo habían comprendido: requerían, además, tal comprensión de él, que pudieran hacerlo comprensible a otras personas:

A Pedro, según lo narra Lucas (Hz 02: 14-36), el problema se le planteó a los siete semanas de la pascua, con ocasión de la Fiesta de las Semanas [quizá más bien de la 'semana de semanas'], también llamada de Pentecostés. Y salió del apuro como pudo:

Pedro se puso de pie, junto con los once. Y, alzando la voz, se puso a pronunciar estas palabras:

[Pedro, a todos, en Jerusalén, el día de la Cincuentena (o de Pentecostés)]

¡Judíos, y habitantes todos de Jerusalén!:

Dense por enterados de esto, y presten oído a mis palabras:

Estos no están borrachos, como ustedes se imaginan: ¡Son apenas las nueve de la mañana..! De lo que se trata es de aquello que el profeta Joel dijo, hablando en nombre de Dios y refiriéndose a los días finales:

"Cuando llegue mi día,
derramaré mi Aliento sobre todos
tus hijos y tus hijas,
y hablarán a sus prójimos
con voces que pondré en sus labios toscos.

"Sabrán cosas por sueños
las gentes principales y los jóvenes:
Regalaré mi Aliento
sin hacer distinciones
a criados, a sirvientes y a patrones.

"Muy alto, allá en el cielo,
se verán mis señales, y en la tierra
habrá sangre, humo y fuego:
¡El sol dará tinieblas
y la luna de sangre estará llena!

"Cuando llegue mi día,
que será un día muy grande y muy terrible,
conservarán la vida
los que en mí se cobijen:
los que busquen en mí guarida firme."

¡Escuchen mis palabras, israelitas!:

Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes, gracias a las maravillosas señales de poder que Dios hizo entre ustedes por medio de él... ¡Esto ustedes lo saben perfectamente bien! Y saben que fue entregado, conforme a un plan bien definido, que Dios supo por adelantado y con el que él contaba.

¡Ustedes lo suprimieron, clavándolo por medio de la mano de los que no tienen la ley! Pero Dios lo puso en pie de nuevo, librándolo de los sufrimientos de la muerte. ¡Porque no era posible que él continuara sometido a ella!

A él se refiere David, cuando dice:

"Yo te miro, Señor, que me aconsejas
y en mi corazón me hablas, aun de noche.
Te tengo frente a mí. Tú me socorres
y me llenas de gozo y alegría,
y haces que por mi vida yo no tema:

"Tú no me dejarás morir por siempre,
ni tú tolerarás que me malogre:
Me mostrarás la senda de la vida,
me llenarás de gozos y delicias,
y a tu diestra estaré perpetuamente!"

¡Hermanos!: Permítanme hablarles con franqueza:

Acerca de David, padre de la patria, sabemos que terminó y fue sepultado. Y su tumba se conserva hasta el presente entre nosotros. Pero él era profeta, y sabía que Dios le había jurado un juramento:

"Que un fruto de su lomo
se sentaría en su trono."

Y, adelantando su mirada, habló de la puesta en pie del Elegido, que no lo dejaría morir por siempre, ni que toleraría que se malogre... ¡Dios puso en pie de nuevo a ese mismo Jesús, del que todos nosotros somos testigos!

Alzado por la mano de Dios, agarró de parte del Padre el Espíritu Santo prometido, y derramó esto que ustedes ven y oyen... ¡Porque no fue David quien subió al cielo!:

El mismo dice:

"A mi Dios, Señor Dios, a tu Elegido
le dijiste: 'Ven. Siéntate conmigo.
Pues yo mismo pondré a tus enemigos
debajo de tus pies y tu dominio'."

Que todo el país y la nación de Israel sepa esto sin ningún género de duda:

¡A él, Dios lo hizo Señor, y lo hizo Cristo!: A ese mismo Jesús al que crucificaron ustedes...

Así habló Pedro, y salió del apuro como pudo: No se trataba ya simplemente de expresar su propia comprensión de sí mismo y de Jesús, y de lo que todos estaban presenciando. Pedro argumenta, primero haciendo ver que no se trataba de una buena borrachera (¡Son apenas las nueve de la mañana..!), y pasando luego a decir, desde su propia mentalidad, lo que quería hacer ver; pero de la manera que juzgó más comprensible para la mentalidad de quienes lo escuchaban, la cual, por lo menos más o menos, comprendía.

Y se supone que, años más tarde, el mismo Pedro, si no escribió, pudo al menos escribir, tomándolo de alguna comunidad y diciéndolo de ella, cosas como ésta (1P 02: 09-10):

Ustedes son:

Una selecta raza,
comunidad de sacerdotes reyes;
una nación sin tacha;
un pueblo que él adquiere
para que a todos la noticia llegue:

Para que se publique,
en toda su grandeza y magnitud,
la hazaña tan insigne
de quien, más grande aún,
los llamó de las sombras a la luz.

¡Ustedes: 'Malqueridos' por un tiempo;
el día de hoy: 'Hijos de mi Corazón'!
¡Ustedes: por un tiempo, 'Puebloajeno';
el día de hoy: 'Pueblomío', Pueblo de Dios!

Y cosa semejante podría mostrarse acerca de Juan, citando el 'prólogo' de su evangelio (01: 01-18), su primera carta toda (1J), o aun el Apocalipsis (Ap), también a él atribuido.

Es claro, en breve, por estos textos (para no meterse con san Pablo –de quien Pedro escribió que podía malentenderse), que una cosa es la comprensión de uno mismo, de la Iglesia y de Jesús, por decirlo así, abusando del término, 'para uso meramente privado o de un pequeño comité', y otra muy distinta. la comprensión que se expone para otros, en el intento esforzado por pretender ser comprendido por ellos.

¿Cómo puede llegarse a esta 'comprensión', que supone que en algún grado quien la tiene va teniendo de ella una verdadera 'comprehensión? A esto dedicaré los párrafos siguientes:

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